El síndrome del coleccionista: el coleccionismo obsesivo

miércoles, 11 de junio de 2014

¿Qué ocurre cuando el coleccionismo se te va de las manos? ¿Que ocurre cuando dejas de comer sano para ahorrar dinero y comprar una nueva pieza? ¿Y cuando te sientes mal porque existe algo nuevo en el mercado y no puedes tenerlo? ¿Y cuando toda tu vida (y la de las personas que te rodean) gira en torno a tu colección? Pues que por desgracia, es cuando estamos empezado a hablar de coleccionismo obsesivo.

El subidón de la compra

Hace 13 años compré mi primera figura de coleccionismo. Era un Eduardo Manostijeras de McFarlane —la pera limonera—50 cm de muñeco con… ¡ movimiento de tijeras a pilas! Alucinante. Y así, sin comerlo ni beberlo, 5 años después de “Edu” yo ya había gastado miles de euros en figuras de coleccionismo de todo tipo: anime, juegos, cine, animación, etc. Cada nueva figura era una satisfacción, un chute de serotonina… ¡y como olían! A sintético, a nuevo. Eran pequeñas obras de arte que solo yo tenia. Una maravilla. En el proceso de búsqueda, compra y llegada del paquete todo era felicidad, y no solamente para mi, sino para mi pareja de aquel entonces, la cual me introdujo en ese mundo.

Tapando la infelicidad

Cuando se compraban figuras no había discusiones, no había tristeza ni dudas por nuestras vidas, no había hambre en el mundo, no había injusticia, no había sueños, no había nada. Éramos mejores. Las figuras me hacían sentir un status, una definición autentica de mi personalidad, una manera de mostrarme al mundo. Cada comic era una obra de arte, cada manga era una pieza a atesorar— y seguro que algún día se vendería por mucho más dinero, que si, que si, era toda una inversión.

Sin embargo, la vida se había convertido en una desesperada lucha por conseguir el siguiente ítem, una carrera loca por paliar la infelicidad creciente de mi expareja, que lo quería todo, y todo giraba en torno a ello. Aun cuando él dejó de dormir en su habitación porque no entraban más cajas, seguíamos comprando más. Ahorrando en comida, ahorrando en transporte, ahorrando en cualquier tipo de ocio. Cada figura en su caja, dentro de una bolsa, dentro de otra caja cerrada. No se podían estropear, no hasta tener donde guardarlas bien. Ahora miro atrás y me alucina analizar el mundo obsesivo en el que me encontraba envuelta con total normalidad. Y me sentía afortunada.

El despertar

Un día llego una figura que no podíamos pagar y que solo provocaba una fuerte tensión. Además, a mi ya hacia tiempo que no me hacia ilusión la llegada de algo nuevo. Empezaba a ver esos trozos de PVC y resina como plásticos sin valor que condicionaban mi vida. Quería salir a la calle, quería comer bien, quería viajar, quería olvidarme de las figuras para siempre. Yo no quería vivir así. Era como haber despertado en un mundo que no tenia sentido. Cada cómic nuevo o libro de un artista era una representación de lo que yo no estaba haciendo—dibujar. Cada figura un parche. Aborrecía la colección y todo lo relacionado con ella, así que un día acabe alejándome de todo aquello de un plumazo para vivir una nueva vida.

El síndrome acumulador

El síndrome acumulador es un trastorno que afecta a un 3% de la población y tiene síntomas muy variados, que sin embargo se centran en la necesidad de acumular desmedidamente objetos, bien sean objetos sin valor (síndrome de Diogenes), libros (bibliomania), objetos robados (cleptomanía), animales (síndrome de Noé) o compras (oniomania). La industria fomenta y vive de este tipo de trastornos al crear de manera ilimitada y constante nuevos coleccionables. Se generan enfermedades del primer mundo, enfermedades que nacen de la necesidad de tapar vacíos existenciales con cosas. Somos volubles a estos mensajes: si no te sientes bien, la industria te explicara como canalizar tu frustración poseyendo algo. La industria nos proporciona deliciosamente material para todos nuestros coleccionismos, ya sea consiente, inconsciente u obsesivo.

A día de hoy, me he desecho de gran parte de mi colección, la voy vendiendo o regalando si no tiene valor. Hace 4 años que no compro nada nuevo. Y en verdad, cuando la miro me pongo muy triste. Porque después de todo el tiempo y dinero invertida en ella, solo me trae recuerdos tristes de angustia y obsesión. Los objetos al final se ligan a los recuerdos, y en estos casos, lo mejor es barrerlos fuera de casa para hacer sitio a los nuevos.

Via noquierootropijama.com

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