Un grupo de investigadores italianos ha descubierto evidencia de que independientemente qué tan "llena" se sienta una persona, el cuerpo está programado para recompensarse comiendo de más cuando es tentado con alimentos sabrosos.
El estudio sobre la llamada "hambre hedonista" fue pequeño, con apenas ocho participantes, y los autores reconocen que sus hallazgos son preliminares.
Sin embargo, creen que han identificado un vínculo fisiológico entre la indulgencia con la comida mucho más allá del punto de la "necesidad" calórica y un aumento reactivo en los niveles de dos compuestos químicos claves.
Uno de los compuestos es la grelina, una hormona producida en el estómago que ayuda a regular la recompensa y la motivación. El otro es un compuesto conocido como "2-AG" (2-araquidonilglicerol), que tiene que ver con el apetito.
"Es un estudio muy interesante", apuntó Joe Vinson, profesor de química de la Universidad de Scranton en Pensilvania. "Involucra a la psicología del cerebro, además de la bioquímica. Y sí, es totalmente probable que este tipo de control químico pudiera ocurrir, en que el cerebro desee un alimento de un tipo particular a pesar de que la persona esté llena". Vinson no participó en el estudio.
"Aquí están hablando de evolución darwiniana", añadió Vinson. "Estamos programados para llenarnos en caso de que luego escasee la comida. Y cuando se une esta bioquímica con un ambiente en que la comida es barata, está disponible y con frecuencia se provee en porciones inmensas, básicamente todo va contra nosotros. No comer en exceso se vuelve muy difícil".
Los autores dijeron que la idea de esencialmente comer por diversión, en lugar de comer para sobrevivir (conocido como "hambre homeostática"), es relativamente nueva. La mayor parte de la historia de la humanidad se ha enfocado en la lucha básica por recolectar suficiente comida, haciendo surgir un complejo sistema de impulsos fisiológicos y psicológicos que controlan la forma en que los humanos abordan la comida.
Para explorar cómo el hambre tradicional se manifiesta en el mundo moderno, Monteleone y colegas se enfocaron en cinco mujeres y tres hombres sanos de 21 a 33 años de edad. Ninguno de los participantes tenía sobrepeso ni era obeso, y todos estaban libres de cualquier conducta problemática dietaria o de atracones.
Cada uno participó en dos pruebas de alimentación, con un intervalo de un mes. En ambas ocasiones, los participantes primero consumieron un desayuno de 300 calorías compuesto de 77 por ciento de carbohidratos, 10 por ciento de proteína y 13 por ciento de grasa.
Tras cada comida, los participantes calificaron su nivel de hambre mientras esperaban que pasara una hora. En ese momento se ofreció a todos lo que ya se había establecido que era su comida favorita, una comida que desearían comer incluso después de sentirse llenos.
Durante cinco minutos, solo se permitió a los participantes ver u oler su comida favorita. En ese periodo, se les pidió describir qué tanta hambre tenían, qué tanto impulso tenían para comer el alimento y qué cantidad pensaban comer.
La segunda prueba fue similar, excepto que esta vez se ofreció a los participantes un artículo poco apetitoso, por ejemplo una combinación de pan, leche y mantequilla, que contenía exactamente los mismos nutrientes y calorías que el artículo sabroso de la primera prueba.
El resultado fue que a pesar de una sensación general de saciedad tras el desayuno, los participantes dijeron que su impulso a comer y la cantidad que pensaban comer eran significativamente mayores ante su comida favorita, en comparación con la comida poco apetitosa.
Además, pruebas sanguíneas revelaron que cuando los participantes comían su alimento favorito, los niveles en sangre de la hormona grelina aumentaban significativamente y permanecían altos durante hasta dos horas.
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Via elhispanonews.com
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