Adicciones negativas, y algunas positivas

martes, 4 de febrero de 2014



Según un nuevo libro, por razones biológicas se puede ser adicto al ejercicio físico, al sexo, a la comida, al dinero, al juego y a innumerables cosas, que si las llevamos al extremo en la búsqueda del mayor placer pueden terminar haciéndonos mucho daño. Sin embargo, de acuerdo a las mismas investigaciones, también se puede ser adicto a la generosidad. Y la adicción a la generosidad, por más extrema que sea, no perjudica a nadie, ni al que la ejerce ni a quien recibe sus beneficios.

Durante décadas, los científicos han estudiado zonas profundas del cerebro que parecen estar asociadas con el placer y la adicción.

Si se coloca un electrodo en esa parte del cerebro de una rata, se obsesionará con estimularla. Cuando se deja que las ratas empujen una palanca a cambio de una corriente ligera que produce “euforia” en los '”centros del placer”, lo hacen hasta 7.000 veces por hora.

A estas ratas se les olvida comer o beber, y se las debe retirar para evitar la inanición. Los machos ignoran a las hembras en celo para conseguir una dosis, y las madres nodrizas ignoran a sus crías.
“Presionar esa palanca se convirtió en todo su mundo”, escribe David J. Linden, un neurocientífico de la facultad de medicina de la Universidad Johns Hopkins, en su nuevo y fascinante libro, The Compass of Pleasure (El compás del placer).



Linden explica cómo drogas como la cocaína que estimulan estos centros del placer (son varias las áreas interconectadas) reconectan en realidad al cerebro para incrementar las ansias. Se pueden ver fotografías amplificadas de cerebros de ratas y decir a cuál animal se le dio cocaína y a cuál no.

No obstante, no son sólo las drogas. Los escáneres cerebrales indican que todo, desde azúcar hasta sexo, estimula al circuito del placer en el cerebro. Todo ello puede tener consecuencias neurológicas que corresponden a lo que pensamos es una adicción. Por ejemplo: el ejercicio.

Como corredor patológico desde mis días de atleta preparatoriano a campo traviesa en Oregón, eso tocó una fibra sensible. ¿Soy adicto a correr? “Los adictos al ejercicio manifiestan todas las características del abuso de sustancias: tolerancia, ansias, abstinencia, y la necesidad de hacer ejercicio sólo para sentirse normales”, escribe Linden.

Está bien, confieso. Podría ser un adicto.

Al parecer, el ejercicio dispara la liberación de químicos llamados endorfinas y encefalinas (la versión del cerebro del opio), así como endocannabinoides (la versión del cerebro de la marihuana). Las ratas en el laboratorio pueden desarrollar una adicción al ejercicio en una rueda.

Investigadores del cerebro están encontrando muchos patrones similares. ¿Quién sabía que los orgasmos, en hombres y mujeres por igual, estimulan a los centros del placer en forma muy parecida a como lo hace la cocaína? ¿Y quién sabía que los investigadores inmovilizan a los sujetos en un laboratorio, los conectan a un escáner del cerebro y los instruyen a tener relaciones sexuales?

Linden argumenta que existe tal cosa como una genuina adicción biológica al sexo. El hecho de que la población no lo reconozca, dice, significa que a menudo las personas no reciben tratamiento.

“Los adictos al sexo están entre las personas que es menos factible que busquen ayuda entre todas las que padecen una adicción”, escribe, y agrega que es algo trágico porque es más probable que los adictos al sexo degraden a otros junto con ellos, más que los drogadictos.

La investigación sobre la química cerebral también indica que jugar y comer demasiado pueden ser conductas adictivas, análogas a la drogadicción.

En particular, los alimentos con azúcar o grasa parecen desencadenar ansias que luego reconectan al circuito cerebral del placer para incrementar esas ansias.

Se encontró en un estudio que las ratas alimentadas con pastel de queso y chocolate mostraron diferencias en el sistema de circuitos del cerebro después de sólo 40 días.

El impacto fue que se adormecieron los centros del placer en su cerebro, así es que, aparentemente, necesitaban engullir aún más pastel de queso para generar la misma satisfacción. Ya se trate de azúcar o de heroína, el organismo incrementa constantemente la cantidad necesaria para proporcionar la misma euforia.

¿Significa esto el fin del libre albedrío?

Claro que no. Sin embargo, es un recordatorio de que las ansias son un fenómeno complejo, con fuertes vínculos con la química cerebral y la genética. Quizá eso explica que el presidente Barack Obama haya mostrado una increíble autodisciplina durante su carrera política, mientras soporta una prolongada lucha con la nicotina.

Más aún, nuestro cerebro nos impele no sólo hacia los vicios, sino también hacia las virtudes. En los últimos años, investigadores encontraron que la generosidad no siempre es un sacrificio; más bien, a menudo, nos llena de júbilo.

Un conjunto de experimentos en la Universidad de Oregón implicó a jóvenes mujeres conectadas a escáneres cerebrales, a quienes se les ofrecieron cantidades modestas de dinero. A veces, se “gravaba” el dinero; otras, se les daba la oportunidad de donarlo a una beneficencia, y en otras más, se les daba más.

Se estimulaban los centros de placer cuando recibían el dinero, como se podría esperar, pero también cuando lo regalaban.

Hubo variaciones considerables entre personas en particular. Cerca de la mitad de las mujeres pareció derivar tanto placer, con base en sus patrones cerebrales, de dar dinero como de recibirlo. La otra mitad disfrutó más recibirlo. Como es lógico, éstas contribuyeron menos a la beneficencia.

Quizá la investigación lleve a nuevas herramientas para combatir la drogadicción, el alcoholismo o la obesidad, sin embargo, para mí, la comprensión más fascinante es que para al menos la mitad de los humanos realmente parece una bendición dar como recibir.

Según una de las investigaciones más recientes sobre el cerebro, así como por la experiencia práctica, reconozcamos esta profunda verdad: el altruismo y la generosidad pueden ser placeres hedonistas.

Via losandes.com.ar

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