Ambas patologías se solapan en más del 70% de los casos
Aunque resulte extraño, varios estudios muestran que hay una relación entre la hiperlaxitud articular y la ansiedad muy destacada y que va más allá de la mera coincidencia. En concreto, tener articulaciones excesivamente flexibles multiplica por 16 el riesgo de sufrir algún trastorno de ansiedad.
Hace casi tres décadas, investigadores del Hospital del Mar, en Barcelona, vieron que las personas con ansiedad tiene con frecuencia articulaciones bastante más flexibles que la población general, lo que les permite hacer movimientos para la mayoría imposibles, como acercar el dedo pulgar al antebrazo o flexionar algunos dedos casi 90 grados en sentido opuesto al habitual. Esta peculiaridad se conoce como hipermovilidad o hiperlaxitud articular, y se atribuye a una variante del colágeno, la proteína presente en los huesos, cartílagos, tendones y también en los vasos sanguíneos.
La hiperlaxitud es más frecuente en las mujeres que en los hombres, igual que ocurre con la ansiedad. Además, la incidencia de ambas es muy similar, oscilando entre un 5-15 % de la población. Y cuando se tienen en cuenta ambos trastornos, más del 70% de las personas con laxitud en las articulaciones tienen algún trastorno de ansiedad.
Varias características justifican el solapamiento de ambas patologías. Como la excesiva reactividad del sistema nervioso autónomo (SNA), que regula las respuestas de lucha y huida, en las personas con hiperlaxitud articular, que se traduce en síntomas como palpitaciones, malestar torácico, sudoración, peor tolerancia al calor, etc, habituales también en la ansiedad. Además, las personas con hiperlaxitud articular son muy hábiles en detectar cambios en las sensaciones que provienen del interior del organismo, en especial, los latidos del corazón, que pueden interpretarse como un peligro potencial y disparar ataque de pánico.
También en el cerebro de las personas con laxitud articular hay diferencias en la activación de regiones implicadas con el procesamiento emocional, como la corteza prefrontal, o la ínsula. Esta última estructura interviene en la empatía (muy relacionada con la fobia social) y también controla el sistema nervioso autónomo, precisamente el que produce los síntomas físicos asociados a la ansiedad: palpitaciones, sudoración, respiración acelerada, o sensación de mareo.
Para las personas con ansiedad, saber que lo que sienten tiene una base fisiológica, debido a su constitución peculiar por tener una variante diferente a la mayoría del colágeno, puede ayudar a disminuir la angustia que sienten.
Y es importante también porque, en el siglo XXI, la psicología y la psiquiatría deberían dejar el ámbito etéreo del los trastornos del ánimo -o del alma, al que aluden los prefijos, psico y psiquis- para anclarse en pruebas sólidas y palpables ofrecidas por la medicina y la neurociencia.
Via abc.es
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