Las benzodiacepinas son medicamentos que disminuyen la excitación neuronal y que tienen un efecto antiepiléptico, ansiolítico, hipnótico y relajante muscular. Se utilizan como tratamiento de:
Ansiedad generalizada.
Insomnio.
Fobias.
Trastorno obsesivo compulsivo.
Trastornos afectivos.
Esquizofrenia.
Ciertas urgencias psiquiátricas, como la agitación psicomotriz, el estrés ambiental o los trastornos de la personalidad.
Delirium tremens, para prevenir la agitación y las crisis convulsivas.
“Incluso se han utilizado en otros campos de la medicina, como enfermedades crónicas estresantes, cáncer, alteraciones cardiovasculares o reumáticas”, explica José María Vázquez, vocal por Cataluña de la Sociedad Española de Patología Dual (SEPD).
El experto añade que también se utilizan de forma complementaria a los antidepresivos, eutimizantes, terapia electroconvulsiva y los antipsicóticos en el tratamiento de los trastornos afectivos y las psicosis.
Asimismo puede emplearse para procesos que requieren anestesia (bucal o general)..
Distintos tipos de benzodiacepinas
“Dependiendo de la acción que se quiera obtener, el médico decide qué benzodiacepina elegir”, señalan Dolores Braquehais, Miquel Bel y Eugeni Bruguera, médicos de la Clínica Galatea.
Estos medicamentos se dividen, como explica Sergio Oliveros Calvo, psiquiatra y director del Grupo Doctor Oliveros, en:
Hidrosolubles y lipisolubles.
De rápida o lenta acción.
De vida media, corta y ultracorta.
De alta o de baja potencia.
“Así, el diazepam, lipisoluble de vida media y baja potencia, lo emplearemos como antiepiléptico, ansiolítico y relajante muscular, pero no en una crisis de ansiedad. En estas crisis empleamos el lorazepam sublingual o el alprazolam, por su mayor potencia y rapidez de acción”, indica Oliveros.
Se pueden administrar por vía oral, sublingual, intramuscular o intravenosa.
Riesgos
“Son fármacos muy útiles, bien tolerados y seguros”, afirma Vázquez. Pero, a pesar de esto, las benzodiacepinas no están exentas de riesgos. Los expertos de la Clínica Galatea advierten de que los principales tienen que ver con su efecto depresor sobre el Sistema Nervioso Central.
Pueden lentificar el funcionamiento psicomotriz, de ahí que puedan provocar:
Somnolencia.
Dificultades en la atención.
Problemas de memoria.
Dificultades de concentración.
“Pueden contribuir, por tanto, a una mayor incidencia de accidentes, caídas, etc. En situaciones de sobredosis, pueden incluso provocar depresión respiratoria llevando a la muerte. De forma excepcional pueden provocar agitación paradójica (es decir, el efecto contrario al esperado por su perfil de actuación)”, añaden Braquehais, Bel y Bruguera.
A largo plazo podrían aumentar el riesgo de demencia (mayor riesgo de desarrollar Alzheimer) y un aumento de la mortalidad, sobre todo en población de edades avanzadas.
A esto Vázquez añade que “hay estudios que muestran el riesgo de padecer cáncer con el uso prolongado de benzodiacepinas”.
Todos estos efectos adversos se potencian si se usa alcohol u otras sustancias que también tienen efecto depresor sobre el Sistema Nervioso Central.
Dependencia
Además de los efectos inmediatos de las benzodiacepinas, a medio y largo plazo pueden provocar dependencia. Los riesgos derivan de su capacidad para producir inducción enzimática en el hígado lo que se traduce en tolerancia. Por tanto, para conseguir el mismo efecto hay que ir aumentando progresivamente la dosis. Pero si se interrumpe su administración aparece el síndrome de abstinencia.
“La dependencia la generan con mucha mayor rapidez las moléculas de acción rápida, alta potencia y vida corta. En ese grupo tenemos a casi todos los hipnóticos (flurazepam, flunitrazepam, midazolam, etc) y algunos ansiolíticos de uso extendido (alprazolam, lorazepam o bromazepam) por la falsa creencia que, al tener pocos miligramos, son inocuas cuando es justo lo contrario. Tienen pocos miligramos porque son potentes y, por tanto, adictivas”, advierte Olivares.
Para evitar esta dependencia, Vázquez recomienda:
Educación al paciente: proporcionando normas higiénicas para el tratamiento del insomnio y de la ansiedad.
Diagnóstico adecuado: tratar siempre la causa nuclear del problema.
Tratamiento con benzodiacepinas específicas y en dosis adecuadas: ajustándose a las necesidades del paciente.
Precaución en ciertos casos situaciones: como pacientes de edad avanzada, con hepatopatías, polimedicación, gestación, adicciones, riesgo de suicidio y otras poblaciones especiales.
¿Durante cuánto tiempo mantener el tratamiento?
Para evitar problemas de dependencia no se debe exceder el tiempo recomendado de tratamiento. “En caso de insomnio, los tratamientos no deben durar más de cuatro semanas, debiendo fraccionar el uso de benzodiacepinas en cuanto sea posible. También, debe evitarse la supresión brusca de los tratamientos para evitar el efecto rebote”, explica Vázquez.
Si se utiliza este fármaco por la ansiedad, “los tratamientos deben durar un máximo de 12 semanas, incluyendo el período de retirada”, añade.
Via dmedicina.com
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